viernes, 12 de octubre de 2012

Dictadura comercial

Y mañana al Ikea. Ese templo de los muebles baratos, funcionales y modernos, muy modernos. Yo no iría, porque tengo la desagradable certeza de que ya estamos en el escenario en que sólo venden unos pocos, las grandes multinacionales, los distribuidores mundiales con sucursales en todas partes, mientras las empresas pequeñas, cercanas y reconocibles de toda la vida sucumben ante el hipnotismo que generan estos monstruos que saben vender una imagen idealizada. Nos estamos cargando el tejido productivo y comercial de las ciudades, es un hecho. Entre Ikeas, Decathlones, LeroyMerlines, Carrefoures, y hasta Mercadonas, aparentemente más cercanos pero tan depredadores como los otros, el pequeño comercio y las empresas medianas con un negocio concreto y especializado, desaparecen sin remisión, y con ellas el medio de vida de sus propietarios y los trabajadores contratados. Una tragedia diaria que apenas si se nota a corto plazo, pero a largo será dramática.

Pero cuéntaselo a mi mujer, dile que prefieres comprar aquí más caro, que no tienes que montar nada porque portes y montaje están incluídos en el precio. Díselo. No le vale, el Ikea es más barato y mejor. Y hablo de mi mujer por personalizarlo en alguien, en realidad hablo en general de todo el mundo. Es lógico que el consumidor se decante por los precios más baratos, es normal y lógico, más con cada vez menos dinero en el bolsillo. Pero debemos tener en cuenta hasta qué punto el ahorro puntual o habitual supone nuestra ruina futura. El tejido industrial y comercial es necesario, es trabajo para nuestros hijos, es dinero para el estado y para todos, es la subsistencia, sin él somos esclavos de las grandes empresas que, algún día, cuando ya dominen con mano de hierro la industria y nuestras necesidades diarias, actuarán como los dictadores comerciales que son.

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